Albert Libertad

A los reclutas

1906

Camaradas,

En pocos días, la más hermosa y dulce de las patrias va a ordenar una parte de vosotros que abandonéis la residencia familiar, que os separéis de los tiernos afectos de un padre, de una madre, de una amante o de los amigos para sufrir dos años de acuartelamiento.

Después de haber sido adiestrado por la escuela y la familia en la idea de la patria; después de haber aprendido a considerar como enemigo a cualquier ser diferente en costumbres, en idioma y que viva fuera de esos límites convenidos llamados fronteras; vienen, con el pretexto de la defensa nacional y en nombre de las libertades adquiridas, a imponeros una envilecedora esclavitud.

Pero, si la defensa de Francia es la causa principal de tal imposición, ¿por qué las tropas que constituyen el ejército no están escalonadas a lo largo de las fronteras y las costas? ¿Qué hacen en el interior de la nación?

Todos los regímenes, todos los gobiernos sucesivos han empleado siempre esa fuerza en lo que han convenido en llamar el «mantenimiento del orden interno». Lo que, en términos claros y precisos, quiere decir: la defensa de la caja fuerte y la protección de las clases expoliadoras contra las lógicas reivindicaciones del proletariado.

¿Acaso no dijo Jean-Baptiste Say, un economista burgués: «Lejos de proteger la independencia nacional, una gran institución militar es acaso lo que más la compromete como consecuencia de las tendencias agresivas que determina en aquellos que disponen de ella»? ¡Pues sí! Estas viejas palabras merecen reflexión todavía en nuestra época.

En efecto, ¿qué van a ordenaros tras vestiros con una ridícula librea? Que hagáis abstracción de vuestra individualidad, que aplastéis toda iniciativa, toda vida intelectual, y que os dobleguéis ante una obediencia degradante y sometida a una jerarquía idiota, que es la negación de todo razonamiento. Os dirán que las órdenes de vuestros superiores deben ser obedecidas sin un murmullo, sin examen, con una fe ciega.

Además del odio al extranjero, que ya habéis adquirido, se os enseñará a considerar como despreciable a aquel que, nacido en vuestra misma tierra, tenga una concepción contraria a la obediencia pasiva o a la aceptación de las reglas impuestas por el gobierno. Y, cuando hayan destruido en vosotros todo espíritu de reflexión, de libertad, seréis las máquinas de matar de las que se servirán para asegurar el reino de lo arbitrario sobre la ignorancia.

Seréis empleados igualmente en una labor policial humillante y provocadora para perpetuar la servidumbre patronal y la miseria, suertes que también compartiréis mañana; con el fin de aplastar todo impulso de generosa rebelión en el oprimido, vosotros, hijos de trabajadores, pondréis vuestra energía al servicio de los opresores; seréis vosotros los que, atenazados por el miedo al castigo, obedeciendo a una orden bárbara de vuestros oficiales, dispararéis cobardemente contra vuestros padres, vuestras madres, vuestras hermanas, vuestros amigos... pues aquí mataréis a indiferentes que habrán de ser los padres de quienes ejecutarán la misma orden en vuestros respectivos países.

Con el fin de combatir este fanatismo egoísta de la patria y el ejército bajo todas sus formas, que destruye en el individuo el espíritu revolucionario de solidaridad humana, venimos a deciros, jóvenes en los cuales el hábito ha ocupado siempre el lugar de la razón, que es tiempo de rechazar todas esas metafísicas religiosas y laicas que no sirven sino para consolidar los privilegios de algunos, manteniendo los males y la miseria del mayor número. La gloria, el honor, el ejército, la patria, dios son otros tantos términos vagos que, con todo, se han vuelto mágicos y bajo los cuales los dirigentes pasados y presentes han hecho y siguen haciendo inclinarse a las masas.

Todas las guerras son criminales y no aprovechan más que a la plutocracia que nos gobierna y a los agiotistas que nos explotan. Por eso os decimos: no seáis más los corderos del sacrificio, lanzad el anatema sobre los asesinos, dejad de ser esclavos pasivos; sed seres que piensan y están decididos a defender, no los intereses de su amo, sino su propio derecho a la vida.

La patria es suave con los ricos, inexorable con los desgraciados. La patria perpetúa el antagonismo, continúa la más feroz autoridad. Y es para mantener este estado tiránico para lo que vais a sacrificar dos hermosos años de vuestra juventud y acaso vuestra vida.

Si vuestra inconsciencia os conduce a un lugar en huelga, sabes que es contra vosotros contra quienes se volverán los brutales gestos de vuestra apatía al servicio de la defensa del capital que oprime a vuestros hermanos. ¿No seréis vosotros, por otro lado, los oprimidos de mañana?

Cuando os envían a la frontera o en expediciones coloniales, no haréis de nuevo el sacrificio de vuestras vidas más que en beneficio de banqueros podridos o agiotistas sin vergüenza, y si regresáis enfermos y miserables, ¿qué hará por vosotros vuestra madre patria? Nada.

¡Esa madre no es sino una madrastra! He aquí por qué nosotros, antimilitaristas, decidimos responder a toda declaración de guerra mediante la insurrección. No creáis que rechazamos a un amo para aceptar la opresión de cualquier soldadote con espuelas y laureles... habida cuenta de que el trabajo antimilitarista que hacemos aquí se lleva a cabo en otro lugar con mayor intensidad. Combatir a los ejércitos es abrir una nueva era a la ciencia de la felicidad.

Romped el círculo de las tradiciones anticuadas; que la venda que se han complacido en poner sobre vuestros ojos no os oculte nunca más el sol. Esclavos, romped vuestras cadenas, que vuestros cerebros se enamoren de las hermosas desobediencias revolucionarias y, si ha de correr vuestra sangre, que sea por vuestra felicidad y vuestra libertad.


Recuperado el 3 de noviembre de 2015 desde bibliotecaanarquistaculturayaccion.blogspot.com
Publicado originalmente 27 de septiembre de 1906. Traducido por Diego L. Sanromán. Extraído de “Contra los pastores, contra los rebaños”, primera edición de noviembre de 2013 publicada por Pepitas de Calabaza.