#title El boicot #author Luigi Fabbri #SORTtopics Boicot, Táctica revolucionaria #date 1923 #source Transcrito desde el original. #lang es #pubdate 2018-12-13T01:15:00 #notes Publicado originalmente en *La Protesta*, Nº 78, 16 de julio de 2013. La palabra “boicott” es de origen inglés y significa poner en el índice a alguien, negándole todos de acuerdo sus servicios, haciendo el vacío a su alrededor con una especie de conjura y de oposición pasiva. Quien es boicotteado no encuentra obreros que vayan a trabajar en sus fundos, si es dueño de tierras, o en su taller, si es industrial; los obreros de todos los otros oficios se niegan a servirlo, y ninguno compra los productos de su firma comercial. Si el boicotteado entra en un despacho público, la gente sale inmediatamente como si hubiese entrado un apestado. Y así en todo lo demás. En el Medio Evolución se hacía algo semejante con los excomulgados, y significaba la muerte civil de un hombre. Pero la palabra es de creación reciente. He aquí como explicaba su origen el anarquista Pablo Delesaile en el *Congreso* sindical francés de Tolosa de 1897: “El *boicottage* es de origen y de esencia revolucionario. En Irlanda, en el condado de Mayo, el capitán Boycott, mayordomo de las posesiones de lord Ern, se había hecho de tal modo antipático por sus medida de rigor contra los campesinos, que estos se pusieron de acuerdo y lo colocaron en el índice. En el tiempo de la cosecha del 1879. Boycott no pudo encontrar un solo trabajador para recoger las mieses; y además de esto vio negársele en todas partes el mínimo servicio. El gobierno, impresionado, intervino mandándole obreros protegidos por soldados; pero ya era demasiado tarde: todas las mieses estaban podridas. Boycott, vencido, se refugió en América, donde murió”. Este sistema de lucha se difundió poco a poco, primero en Irlanda, luego en Inglaterra y por último en el mundo entero. Donde las organizaciones obas eran más fuertes tuvo a veces éxitos colosales, especialmente en Inglaterra y en Alemania. Después del 1900 este método de lucha se abrió paso también en Italia, y ha sido empleado con buenos resultados de modo especial en las agitaciones agrarias de Emilia y de Romaña, hasta el 1914. En cierto momento los órganos de los patrones y del gobierno trataron de suscitar opinión pública contra el boicott, llamándolo “método de barbarie”; y más de una vez el asunto fue objeto de discusión en la Cámara de diputados. En los discursos en la Cámara, y más aun en la prensa, se han narrado episodios completamente fabulosos sobre la pretendida ferocidad de los boicotts. Inútil decir que se trataba de puras invenciones o de extravagantes exageraciones de relatos del todo inverosímiles. El boicott puede causar infinitas molestias y disgustos al boicotteado, pero, en realidad, esta arma no mata nunca a nadie, porque hiere casi exclusivamente en el portamonedas. ¡La retórica que acerca de esto ha consumido la literatura fetigosa del periodismo vendido y de clas es ridícula a más no poder! Pero no es preciso extenderse demasiado para defender al boicott, como medio de acción directa obrera, de la acusación de *barbarie* de la prensa capitalista. La clase burguesa ha precedido en mucho a los obreros sobre esta vía, y por motivos menos justos o más innobles ciertamente que la defensa del pan cotidiano. ¿No se boicotteaba acaso a los trabajadores conocidos como anarquistas, negándoles trabajo? Ahora el sistema de poner en el índice al obrero subversivo tiene menos éxito y es menos empleado; pero esto es solamente porque los subversivos han aumentado mucho su número para boicottearlos a todos, y las uniones obas se han hecho demasiado fuertes para que puedan permitir estas formas de represalia patronal en los períodos normales. Pero si la burguesía ha debido, al menos en parte, renunciar a boicottear a los obreros en tiempos normales, a causa de sus ideas, el boicott es habitualmente empleado por ella en los momentos de lucha, para defensa de la clase. Cuando los obreros de un taller están en huelga, difícilmente encuentran ocupación en otros talleres; y si la huelga se pierde, los obreros más conocidos como agitadores son rechazados en todas partes donde se presentan. Los patrones han adoptado un signo especial para ponerlo en las libretas de pago o en los “certificados”, que indica a los obreros licenciados por subversivos. Así estos, apenas presentan su libreta al nuevo patrón a quien piden trabajo, obtienen esta respuesta: “No hay trabajo para usted”.
Los obreros, valiéndose de la fuerza que les viene de estar organizados y concordes, usan de un indicutible derecho cuando emplean la misma arma contra los patrones. Y tienen un mérito más: el de la sinceridad, porque ellos proclaman el boicott abiertamente, sin ocultarse y sin disimular como hacen los patrones. A las objeciones de índole moral que se hacen a tal método de lucha, respondemos de un solo modo —y la respuesta vale para todos los métodos de lucha revolucionaria— esto es, que en la guerra no se puede discutir sobre las armas que se empleas, que el proletariado está en estado de guerra contra el capitalismo y en esta guerra no tiene libertad para escoger, constreñido como está a emplear las armas que impone la necesidad de la lucha. En línea de derecho, además, tampoco legalmente ningún individuo puede ser obligado a trabajar o prestar servicios a quien él no quiere. Por otra parte, el boicott es una forma de acción que se vuelve indispensable en ciertas huelgs. En el fondo, ¿qué es la huelga misma sino un vasto boicott? Si los obreros de un taller están en huelga, no solo todos los obreros del oficio deben negarse a ir a substituir a los huelguistas, sino que todas las categorías directa o indirectamente ocupadas, desde fuera, en trabajar para el taller, carreteros, albañiles, electricistas, cargadores, vendedores, etc., deben durante la huelga, por solidaridad, negar su trabajo al patrón. Si el industrial afectado por la huelga, presionado por sus compromisos comerciales manda continuar los trabajos en otro taller, los obreros de este deben negarse a ejecutarlos. Si la cosa se hace necesaria por especiales actos de prepotencia y de provocación por parte del industrial, el boicott podrá tomar como punto de mira, además del taller, también a la persona; el panadero se negará a llevarle el pan, el carnicero no le llevará la carne, el barbero no lo afeitará, etc., etc. Esto en las grandes ciudades es casi imposible, pero en los pequeños centros, especialmente durante las huelgas agrícolas, es un modo de la lucha experimentado con éxito. Cierto, no se consigue con esto hacer pasar hambre al patrón, y ni siquiera hacerle soportar una pequeña parte de las privaciones a que está reducido el tjdr en huelga. Sería ilusión el creerlo posible... Pero semb se ocasionan así tantas molestias al patrón, que, si no está dispuesto a irse a otra parte, tendrá, más pronto o más tarde, que doblegarse y venir a un arreglo con los huelguistas. Luego hay otro elemento que turba el normal desenvolvimiento de la lucha entre el capital y el trabajo, y puede determinar la derrota de los obreros: el “crumiraje”, es decir, la traición por parte de otros trabajadores, que van a ocupar el puesto de los huelguistas en los talleres, los que por lo común son obreros no organizados, pero a veces son también organizados que por debilidad o por interés egoísta faltan a la palabra dada y rompen el pacto de solidaridad. Es el fenómeno más doloroso y entristecedor, ¡aunque inevitable de las luchas proletarias! De él me he ocupado aparte en otro artículo, y aquí hablo solo de lo que se refiere al boicott. Cuando la traición se produce, es fatal que el boicott contra el patrón se extienda también a los traidores — contra quienes es también más eficaz porque, viviendo como obreros entre los organizados, les es más difícil vencer la red de hostilidad creada a su alrededor y que los sigue en toda a su alrededor y que los sigue en todas partes: en la calle, en la hostería, en los despachos públicos, en los lugares de diversión, etc. En los centros no muy vastos, y donde la organización obrera es bastante fuerte, el temor del boicott, que puede castigar a los traidores de las maneras más diversas y bajo mil formas, es suficiente para hacer imposible el crumiraje. Aunque el obrero no sea consciente, el familia quien lo llama al deber, humillada de verse señalada como familia de crumiros y perjudicada ella misma, toda entera, aunque de modo indirecto, porque boicott. A causa de esto, los industriales, por lo común, van a buscar mano de obra crumira fuera de su localidad. Pero el boicott se ejerce, tal vez con un poco de retardo, también contra los crumiros forasteros, y antes o después acaba venciendo las resistencias, especialmente si intervienen las organizaciones obas de los pueblos de origen de los crumiros. Bien que se trate de traidores, y no siempre la traición sea solamente determinada por la inconsciencia y el hambre, esta lucha áspera de trabajadores contra otros trabajadores provoca un sentimiento agudo de pena al que mira a un fin más alto y humano que la victoria de una cualquier huelga parcial. Pero se trata de una de las tantas fatalidades dolorosas de la guerra que se realiza, a las que no se puede escapar sin arriesgar la derrota de la buena causa. Y la guerra de clases tiene también sus necesidades más angustiosas.
Por más que en períodos de lucha, a causa y por las necesidades de la lucha, la legitimidad del boicott sea indiscutible, no obstante también este método de lucha puede tener de parte de los obreros aplicaciones erróneas, y a veces injustas y dañosas, especialmente cuando es dirigido contra otros trabajadores. Hay el peligro de que los trabajadores organizados se dejen llevar demasiado por la ira, muy natural por lo demás, contra los crumiros, hasta el punto de olvidar por ellos que el enemigo verdadero es el patrón, de quien los crumiros no son más que pasivos instrumentos. No hay que imitar al león que muerde, en su rabia, la barra que el domador le opone, y no ve más allá. Se corre sobre todo el riesgo de emplear erróneamente el arma del boicott cuando se la usa fuera de los momentos de lucha, como medio de coerción en perjuicio de los obreros desorganizados un organizados en asociaciones rivales. Entonces se obtienen, a menudo, efectos contrarios a los intereses generales de la clase obrera y a la causa de la revolución. Yo hablo, se entiende, en línea general; porque admito que puede haber casos en los que importe boicottear a algún canalla, aun cuando no haya huelgas declaradas, sea que se trate de un patrón que se haya hecho odioso por razones particulares, sea que se trate de verdaderos crumiros de oficio, que persisten voluntariamente en su traición aun sabiendo todo el horror de ella. Dígase lo mismo para otros individuos cuyo contacto no puede más que repugnar a cualquiera, como los espías y cuantos se hacen sicarios contra sus propios compañeros. Nadie podrá negar a una colectividad obrera el derecho de decir al patrón: “No queremos el contacto de este reptil; ¡o se arregla usted sin él, o se arregla sin nosotros!”. Pero es necesario agregar que estos son casos más bien raros, que no pueden constituir mi regla. En cambio se ha venido poco a poco acentuando una tendencia, en ciertos ambientes obreros, a boicottear a los trabajadores por cuasas mucho menos serias. He visto yo mismo rechazar de la organización y del taller a desgraciados que habían hecho de crumiros en un pasado muy remoto, bien que reconociesen su viejo yerro y no pidiesen sino rehabilitarse. Ahora, al patrón —según mi parecer— no debe perdonársele más que a condición de que cese de ser patrón; pero al hermano tjdr es necesario saber perdonarlo, como decía Cristo, setenta mil veces siete, sea por razones de índole moral o de oportunidad práctica. Más discutible, o más bien completamente deplorable, es el boicott aplicado para obligar a los obreros a organizarse. El sistema del reclutamiento forzado, en apariencia y al principio parece proficuo porque rellena de gente las filas sindicales y es defendido con algunos argumentos no del todo equivocados. Pero ningún éxito aparente es inmediato y ningún argumento pueden evitar que precisamente este artificial y forzado engrosamiento de la organización acabe debilitándola, introduciendo en ella elementos de dudosa fe, descontentos y traidores en germen. Los adherentes por fuerza, en la hora de la lucha podrán traicionar lo mismo, y, además, desde su ingreso en la organización, influyen sobre ella en sentido moderador y reaccionario. La propaganda y la persuasión son los únicos medios de reclutamiento que pueden conducir a una organización seria, fuerte y compacta, mientras que la coerción y la intimidación solo pueden crear organizaciones de carneros que se desbandarán a la primera tempestad. Además, el boicott o su amenaza quita a los trabajadores el sentimiento de la libertad y se crea en ellos un estado de ánimo de sujeción y a la vez de desconfianza, del que nace la oposición menos razonable, y que por cierto no ayuda a vigorizar la solidaridad obrera, la solidaridad efectiva entre los trabajadores. No me disimulo los inconvenientes de la libertad de... Desorganización; y ciertamente es necesario que la desorganización sea combatida — pero comvatida con las armas de la libertad y de la persuasión, porque la solidaridad libremente consentida el única que cuenta en la realidad de los hechos, mucho más que la apariencia de las formas exteriores y del número.
Hay otras formas de aplicación del boicott que son verdaderos actos de prepotencia, a los cuales es preciso que los trabajadores se opongan del modo más enérgico. Bastará señalarlos al vuelo para que se comprenda su evidente injusticia. El primero y más deplorable fenómeno es el determinado por la intolerancia política, cuando en la organización obrera repercuten las pasiones y divisiones políticas de los trabajadores. Entonces el espíritu de parte impulsa a la mayoría de una organización a poner en el índice, con subterfugios o abiertamente, a sus adversarios políticos. Así hubo que deplorarlo de modo especial, en el pasado, en las grandes corporaciones de los países tudescos y anglosajones, imitados hasta ahora con escaso resultado por el reformismo sindical de los países latinos. De ciertas *trade-unions* norteamericanas se ha expulsado muchas veces a obreros, culpables de hacer entre los organizados propaganda anarquista o simplemente socialista. Esto, donde para admitir al trabajo a un obrero se requiere la tarjeta de la Unión obrera, significa simplemente condenar al hambre al que no piensa como la mayoría. La expulsión de la organización, vale decir del trabajo calificado y mejor remunerado, a menudo es decretada contra los que se atreven a atacar o a criticar a los dirigentes. Esto sucede con frecuencia en las uniones norteamericanas y se ha intentado hacerlo también en Italia. En las campiñas de Emilia han sido amenazados con el boicott, más de una vez, trabajadores que en las elecciones se abstenían de ir a votar por los dirigentes socialistas. Un diputado socialista boloñés llegó hasta a invitar públicamente a las ligas a considerar como crumiros, y por consiguiente a boicottear, a los que no querían inscribirse en las listas electorales. Yo mismo he asistido un día a una asamblea de un sindicato de tendencias revolucionarias, en la que faltó poco para que se tomaran “severas medidas” contra un obrero que había osado hablar mal del comité de la organización. Dg hay las formas de boicott indirecto de las organizaciones (por ejemplo, en Italia, la de los tipógrafos) que tienden a transmutarse en organizaciones cerradas, con inscripción limitada. Se niega la inscripción en la liga, y por consiguiente el trabajo, a nuevos socios cuando... ¡los cuadros están completos! A esto se agrega en Norte América la costumbre de imponer tasas de admision exorbitantes, que a veces un obrero no puede pagar. Se comprende la consecuencia de estos sistemas: el obrero no encuentra trabajo porque no está organizado, y, vice versa, no puede organizarse porque no trabaja, porque las inscripciones están cerradas o no tiene dinero para pagar la alta cuota de inscripción. En la provincia de Mantua, durante decenas y decenas de años, se ha verificado el hecho de que todas las organizaciones de oficio eran adherentes al partido socialista. Así, el obrero or campesino no socialista era automáticamente boicotteado. En efecto, si no se avenía, contra su propia conciencia, a adherir al partido, quedaba desorganizado y debía sufrir la afrenta de ser confundido con los crumiros y, por consiguiente, de ser víctima de esa especie de aislamiento moral, que con frecuencia llegaba a ser material, con el que las masas organizadas suelen circundar a los desorganizados. Todos estos que he señalado, especialmente en Europa, son aun hechos esporádicos, de excepción, pero muy significativos, porque denotan una tendencia y amenazan convertirse, antes o después, en una regla constante. A esta tendencia peligrosa es necesario oponerle un dique mientras se está a tiempo, sino se quiere que la organización sindical tome una dirección exclusivista y reaccionaria, a la cual después no habrá fuerza capaz de contenerla. El uso del boicott, directo o indirecto, contra los trabajadores en los modos erróneos o injustos o excesivos arriba indicados, puede volverse una forma de cultura intensiva del crumiraje y conducir a los peores desastres. La organización habrá concluído por herirse o matarse con sus propias armas.
Esperemos que esto no suceda. Pero para que tantos errores sean evitados, y evitadas sus consecuencias, no hay que contar fatalísticamente sobre los acontecimientos y la fuerza de las cosas abandonadas a sí mismas, sino apoyarase sobre todo en la propia voluntad de revolucionarios y combatientes, en la propia acción, en la virtud del propio ejemplo. Lo que importa sobre todo es que los trabajadores organizados —y entre ellos los hombres de fe y de iniciativa— no olviden nunca que el enemigo común, el enemigo verdadero es el capitalismo, y que todos los explotados son sus hermanos; y por eso dirijan toda su acción en vista del fin último de la revolución social: la desaparición de todo privilegio de autoridad de clase por la liberación de todo el proletariado.