Ricardo Mella

Evolución y revolución

El tema del que voy a ocuparme es de innegable importancia, no solo bajo el punto de vista exclusivo de un partido o escuela, sino también en un sentido general para todos los que profesan ideas más o menos avanzadas.

Se dividen generalmente los partidarios de ideas progresivas en evolucionistas y revolucionarios, y entiendo yo que tal división es absurda de todo en todo porque no se conforma con los hechos ni se justifica y explica por la lógica. Trataré, por tanto, de probar la completa identidad que entre los términos evolución y revolución existe.

Es para mí el principio de la evolución completamente cierto; es para mi la revolución un modo, un aspecto de la misma evolución, y evolución y revolución se complementan y son inseparables por su propia y natural esencia.

¿Qué es y qué significa la evolución? ¿Qué es y qué, significa la revolución?

Evolución es el desenvolvimiento general de una idea, de un sistema, de una serie de sucesos, de un orden de cosas cualesquiera hasta su complemento e integración; es un movimiento constante en virtud del cual todo se modifica y cambia hasta alcanzar su total desarrollo. Revolución es y significa en el sentido más lato de la palabra una transformación o una serie de transformaciones, un cambio o una serie de cambios en las ideas morales, en los sistemas políticos, en las creencias religiosas, en la organización de las sociedades, ya afecte a sus costumbres, ya a sus formas gubernamentales, jurídicas y económicas.

Y si la revolución es un cambio o modificación, ¿no es evidentemente un momento necesario del desenvolvimiento evolutivo, no es sin duda un instante preciso de la evolución que se verifica?

Examinemos si no la evolución en el transcurso de la Historia.

Tres modos principales del desenvolvimiento humano comprenden toda la evolución histórica: el religioso, el político y el sociológico.

Las primitivas ideas religiosas, la concepción que de la divinidad se formaron los primeros hombres, fueron grotescas creaciones de la ignorancia ya inspiradas por el miedo a fenómenos naturales entonces inexplicables, ya por la necesidad de un ente superior que encarnara las ideas de justicia y de fuerza, entonces sinónimas. Pero a medida que se fueron explicando aquellos fenómenos y a medida también que el elemento humano fue venciendo a la animalidad primitiva, las ideas religiosas se transformaron adquiriendo aspectos más naturales y mas estéticos. La evolución religiosa, pasando por el politeísmo, el panteísmo y el monoteísmo, produjo al fin la encarnación de la idea divina en un ser con todos los atributos del hombre, y el dios de las venganzas, el terrible Jehová, resultado del espíritu guerrero de sus tiempos, presidió los humanos destinos hasta que el Cristo determinó con sus doctrinas una mayor aproximación al hombre mismo. Pero también esta última idea levantó protestas y rebeliones. La evolución religiosa debía llegar hasta la emancipación definitiva de la razón, y bien pronto se inició un movimiento general que llevó por bandera el principio del libre examen. Desde entonces la filosofía abrió novísimos horizontes al pensamiento; y, como último término del desarrollo evolutivo, proclamó la Moral sin sanción y la Justicia humana sin las sombras en que se la envolvía como atributo de la -divinidad. Así, los que ya no creen en una existencia ultra mundana y los que en ella aparentan creer por conveniencia o por hipocresía o por miedo, rinden de hecho, allá en el fondo de sus conciencias, culto debido a la nueva idea, y practican, por su propia inspiración, el bien y viven por los movimientos espontáneos de su naturaleza psíquica en las relaciones de la moral universal subordinando todos sus actos a este sentimiento innato en el hombre que le arrastra irresistiblemente a defender al débil contra el fuerte aun a riesgo de su propia vida. La idea de Justicia se nos presenta hoy, pues, emancipada de la teología y nos arrastra con potente imperio hasta el punto que lo que hicimos un día por pueril temor a lo desconocido, lo realizamos hoy por identificación con el bien, por el imperativo mandato de la conciencia, por los impulsos de los más bellos y de los más bondadosos sentimientos, obteniendo aquí en la tierra la glorificación que durante mucho tiempo hemos buscado en los supuestos cielos de ignotos espacios.

¿Pero es que esta evolución de los siglos se ha realizado sin esos grandes sacudimientos que se llaman revoluciones?

Nadie de entre nosotros lo ignora: luchas terribles, cruentos sacrificios han sido necesarios para conseguir la emancipación religiosa. Revolución promovió el Cristo, revolución promovió Lutero, revolución promovió la filosofía: la evolución religiosa no llegó a integrarse en la fórmula final sino a cambio de tremendos sacudimientos revolucionarios, sin los cuales no habríamos salido todavía de la primitiva esclavitud.

Si de igual modo examinamos la cuestión en su aspecto político, llegaremos a conclusiones semejantes, En un principio rigen los destinos de los pueblos, ya constituidos en grandes agrupaciones, reyes absolutos de derecho divino y nada significan ni nada valen los derechos de todos los hombres. Uno solo tiene el privilegio de gobernarnos, de disponer de nuestras vidas y haciendas a su leal saber y entender. La tiranía despótica de los reyes halla más tarde un límite en el constitucionalismo. Es entonces necesario que los reyes se asesoren de las necesidades populares por medio de representantes y así se origina el parlamentarismo. Mas no basta esto. Dase también en tierra con los poderes hereditarios y a la soberanía indiscutible de los reyes se opone la soberanía de los pueblos. La reforma republicana y democrática encarna en un nuevo aspecto de la evolución y llega a constituir un ideal novísimo del progreso humano. Y como este no se detiene jamás, como no se detendrá nunca el movimiento constante que da vida al universo, los pueblos han llegado finalmente a una concepción amplísima del principio de gobierno. Significando de hecho el absolutismo, el constitucionalismo y la república, a un mismo tiempo, la subordinación de unos a otros, de todos a uno o de uno a todos se proclamó a la par que la soberanía colectiva, la soberanía individual armonizándose ambas soberanías, siempre coexistentes, Por medio del contacto o pacto, base primera del principio federativo. El gobierno de cada uno por sí mismo es la última fórmula de la evolución política. Eliminando y limitando el principio de autoridad por sucesivas transformaciones, llégase a la generalización de la libertad, y hoy no aspiran los hombres a nada que no vaya derechamente a la consagración de todas las autonomías, que no comprenda en un todo la libertad completa de pensamiento, de conciencia y de acción.

Así como la evolución religiosa termina en la negación de la divinidad, la evolución política termina en la negación del poder y del gobierno, del Estado, en fin. La libertad plena y solo la libertad ha de ser el instrumento indispensable para la realización de todos los fines humanos. Mediante el pacto libre, completamente libre, han de organizarse no solo los pueblos y las _naciones sino también la producción, el cambio y el consumo, la vida, en fin, en sus múltiples variantes, para que llegue un día en que la humanidad formando una armónica federación universal realice por la libertad el ideal supremo de vivir sin gobierno, la Anarquía.

La generalización de estas ideas modernísimas se ha obtenido por la filosofía y por la política simultáneamente. Mientras los revolucionarios franceses se declaraban anarquistas por boca de Proudhón, negaba la república Pí y Margall y afirma el positivismo inglés que la humanidad tiende irresistiblemente a la supresión del gobierno, y estas enseñanzas, popularizándose de día en día, determinarán muy pronto el momento revolucionario de la total emancipación de los hombres.

Pero cabe ahora como antes preguntar ¿acaso esta laboriosa evolución ha llegado a sus últimos limites sin esos grandes sacudimientos que se denominan revoluciones?

Nadie tampoco lo ignora, Han sido necesarias explosiones tan formidables como la de fines del siglo XVIII en Francia; han sido necesarias tremendas revoluciones en Europa y América, febriles movimientos de los pueblos en todas las naciones y en todos los tiempos. La conquista de la libertad ha costado y ha de costar aún raudales de sangre, millares de víctimas, montones de ruinas, porque la evolución sin estos necesarios sacrificios, no llegaría jamás a realizarse en toda su plenitud y extensión.

¿Y qué he de deciros de la revolución sociológica?

¿Qué he de deciros del movimiento económico contenido en ella? La organización de las sociedades primitivas se fundó en la subordinación del individuo al grupo, y a medida que las necesidades sociales e individuales fueron haciéndose más complejas, creció también su espíritu guerrero y su tendencia al despotismo. ¡Cuántos esfuerzos no hubieron de hacerse para llegar al estado actual en que todavía el militarismo nos agobia y nos empobrece! La evolución va, no obstante, siguiendo la línea de menor resistencia, a la sustitución del militarismo y de la cooperación forzosa por el industrialismo y la cooperación voluntaria, como ha hecho ver claramente Spencer.

Ya en nuestros días se realizan muchos actos de la vida dentro del nuevo círculo de acción. El gubernamentalismo es ajeno a gran parte de los negocios de los ciudadanos y cuando interviene se ve forzado a transigir, La evolución supone aquí como en todo, la negación del punto de partida.

Y si a la esclavitud ha sucedido la servidumbre y a esta el proletariado ¿no es de esperar así mismo que el actual estado de cosas, sustancialmente idéntico a aquellos otros, desaparezca también dejando paso a la sociedad de los iguales, así bien como en el orden político lo dejará a la de los hombres libres? ¡Si así no fuera habría que declarar falsas todos nuestras ideas, erróneos nuestros principios, inciertos los hechos de experiencia, absurdas nuestras más íntimas aspiraciones! No, no puede negarse el principio de la evolución, no puede limitarse la ley del progreso, y es necesariamente el fin de la evolución social y económica la total igualdad de condiciones para la vida, es necesariamente la tendencia actual suprimir privilegios y monopolios a fin de llegar a la universalización del goce de los medios de producir. Lo dice bien claro el carácter de las luchas de nuestros días, lo dice bien claro ese tremendo problema social que ya nadie niega y que reviste hoy más formidables caracteres que nunca, lo dice bien claro la actitud de las clases jornaleras que reclaman a cada paso y cada vez con más fuerza la satisfacción de sus perentorias necesidades.

La evolución social no comprende solamente las formas políticas y religiosas, sino que abarca también las formas económicas, y por tanto la llamada institución de la propiedad, causa y origen real de todas nuestras luchas. ¿Quién desconoce hoy que la apropiación del suelo se debe a la guerra y a la conquista? ¿Quién desconoce hoy que la obra inmensa de todas las generaciones se halla monopolizada por una minoría privilegiada? ¿Quién desconoce hoy, en suma, que la propiedad es la expoliación que ejercen unos cuantos sobre todos los demás miembros sociales? Pues si la teoría de la evolución, en cuyo nombre quieren justificarse toda clase de aberraciones y de injusticias, ha de probarse en los hechos y cumplirse, será a condición de que el suelo sea libre para el agricultor y la herramienta y la máquina y el taller para el obrero industrial; será a condición de que la propiedad, generalizándose, llegue a ser del dominio de todos sin exclusión alguna.

Y que, repito, ¿acaso la evolución social que nos hace concebir la posibilidad de un mundo mejor donde la ignorancia y la miseria, los dos terribles azotes de la humanidad, hayan desaparecido, acaso se ha desenvuelto sin esas revoluciones tan temidas por los defensores de los intereses creados? La historia nos demuestra que merced a esas revoluciones precisamente, revoluciones que registraron ya la antigua Grecia y el antiguo Imperio Romano, la historia nos demuestra, digo, que merced o esas revoluciones, la evolución ha podido ir venciendo las resistencias que se le oponían en todos sentidos, la historia moderna nos lo demuestra aún mejor. ¿Qué han sido las últimas revoluciones, políticas en cierto modo, más que revoluciones sociales de hecho? ¿Qué ha sido el imponente levantamiento de los trabajadores de París al proclamar la Comuna, más que un movimiento económico y social?

Ya veis como la evolución religiosa, política y económica ha comprendido revoluciones tremendas como simples modos de la evolución general y como por consiguiente es absurda la división en evolucionistas y revolucionistas.

Si pedimos a la ciencia —y perdonad que de ciencia hable quien apenas la ha saludado— si pedimos a la ciencia sus irrebatibles datos, veremos igualmente como viene a confirmar la tesis aquí sostenida.

El sonido, la luz, el calor y la electricidad, simples modos del movimiento universal que agita ala materia cósmica, ofrecen en sus desenvolvimientos particulares fenómenos extraordinarios que son verdaderas revoluciones de la materia, y esos fenómenos son parte integrante del funcionalismo propio de cada una de esas formas del movimiento.

Si nos imaginamos una fuerza actuando en un determinado sentido o dirección y una serie de obstáculos a su paso, ¿no es verdad que esa fuerza vencerá, so pena de anulación, cuanto a su paso se oponga? ¿No es verdad que cada una de esas acciones necesarias para suprimir cada obstáculo tendrá el carácter de verdadera revolución? ¿Y serán las acciones y reacciones bruscas de aquella fuerza algo distinto de su acción lenta y continua de cada día? ¿No serán, por el contrario, momentos necesarios del movimiento permanente de la fuerza dicha, obrando y reobrando a cada paso? ¿No serán evolución y revolución una misma cosa?

Las revoluciones son, por otra parte, tan necesarias en la naturaleza como en la sociedad. En medio de la llanura surge inopinadamente una montaña; en medio de una sierra se produce la erupción volcánica que destruye a su paso cuanto encuentra; en nuestra propia atmósfera estalla la terrible tormenta que asola, mata y aniquila; y esos grandes fenómenos naturales no son más que revoluciones necesarias de la materia, no son más que absolutismos inevitables de las fuerzas latentes que en su proceso de desenvolvimiento vencen las resistencias que se le oponen y obran con formidable empuje y todo lo dominan. Y esas revoluciones naturales ¿quién negará que son manifestaciones propias de la evolución de la materia y de la fuerza?

Pues lo que ocurre en la Naturaleza sucede de un modo semejante en las sociedades humanas. Las ideas trabajan un día y otro la razón colectiva, van haciéndose lugar en nuestras conciencias, van minando peco a poco todo la existencia social hasta convertirse en una necesidad y determinar el momento preciso en que, sin detenerse en reparo ni consideración, se lanzan los elementos populares a esas formidables explosiones de los sentimientos contenidos, a esas grandiosas revoluciones que han conquistado todos nuestros progresos y han de conquistar todavía otros mayores. Y no cabe suponer que siendo las revoluciones producto de la evolución basta cruzarse de brazos y esperar el momento en que fatalmente deben estallar aquellas. Tanto valdría echar por tierra con un simple sofisma cuanto de racional contiene la teoría evolucionista. La evolución social tiene por órgano a los hombres; ellos constituyen el medio en que aquella se desenvuelve, y así como los fenómenos naturales dependen de las fuerzas en que tienen su origen, así las revoluciones humanas dependen de los seres vivientes por cuya mediación se realizan. Si se centuplica una fuerza cualquiera, claro es que al obrar aquella centuplicará o su poder o su rapidez. Pues si los hombres que trabajan por el progreso centuplican sus nobles esfuerzos y su actividad, es asimismo evidente que el resultado será o cien veces mayor o cien veces más próximo. Es, pues, la revolución un momento fatal de la evolución, un momento que se produce a pesar de todos los antagonismos y oposiciones, pero tanto más próximo cuanto más pronto se destruyan antagonismos y oposiciones. Y ahora permitidme que ante la semejanza y la correlación de los hechos y de las ideas, os recuerde al gran falsificador de la teoría evolucionista, al tribuno que un día cantó con inimitable armonía las libertades públicas y hoy es admirado por todos los papanatas enamorados de su palabra y por todos los que tienen o creen tener algo que conservar. Y permitidme también que os recuerde a la vez a esos otros grandes falsificadores de las revoluciones, a esos que en el secreto del gabinete preparan sediciones con el único objeto del poder por el poder, a esos que mueven batallones y generales a su antojo cuidándose bien de maniatar al pueblo y refrenarlo. Las sirenas del orden y de la libertad lo falsifican todo con tal de acallar el clamor popular y servir fielmente a los poderosos. Los conspiradores de oficio todo lo corrompen pretendiendo erigirse en libertadores de la humanidad, como si obra tan inmensa hubiera de ser exclusiva de unos cuantos y no del concurso total de las fuerzas populares. Los unos trabajan por conservar sus posiciones individuales; los otros por conquistarlas para sí. Ni unos ni otros quieren ni buscan la verdad.

No, no es la evolución ese lento y rítmico movimiento que nos enseñan los primeros. No, no es la revolución lo que pretenden pequeños Mazzinis de guardarropía. La evolución es lenta o es rápida según las circunstancias los lugares y los tiempos; la evolución vence todas las resistencias y porque las vence produce las revoluciones, esas revoluciones de las ideas que entrañan algo esencial, y no esas pretendidas revoluciones que solo conducen a una mayor agravación del cesarismo omnipotente de los gobiernos. La evolución y la revolución son, en fin, una misma cosa y quien de evolucionista se precie, ha de ser necesariamente revolucionario.

Soy, pues, revolucionario porque soy evolucionista; quiero la evolución con todas sus consecuencias; quiero la revolución que modifique sustancialmente las condiciones en que al presente vivimos, la revolución que nos dé la libertad toda la libertad, y la igualdad completa de condiciones económicas, quiero la revolución que dando de mano a todas las formas del poder y de la desigualdad social, permita organizar a los pueblos sobre la base de la solidaridad humana; quiero, en resumen, la revolución que nos emancipe política, social y económicamente, y entiendo, queridos amigos, que esta grandiosa revolución, que es la revolución de un porvenir próximo, debemos quererla todos.


Recuperado el 6 de abril de 2013 desde ricardomella.org